jueves, 29 de julio de 2010

El suicidio de Favaloro


¿Cuántas cosas se le pueden pedir a un hombre? ¿Cuántos actos se le deben exigir? ¿Desde dónde, desde que lugar? Imbéciles, seres sin la menor idea del compromiso, en una suerte de caldo hervido y dado vuelta en el cerebelo, proclives al cinismo, al corporativismo ideológico, a lo tilingo; piden, exigen, señalan lo que es correcto y lo que no. Nos ocurre a diario. Sociedades enteras detrás de huérfanos ideológicos, de burócratas, de embajadores, de leyes y torpezas celestiales. ¿Cuál es la solidaridad que proclamamos? ¿La de Francia, que expulsa a un argentino por ser extranjero -sin preguntarle si tiene dinero o no- para no ser operado de cáncer en su país? ¿La de España, que repatrían a una anciana de ochenta y dos años al llegar al aeropuerto pues no tenía la cantidad de euros suficientes y no entienden que iba a ver a su hijo? ¿De qué sociedad hablamos, de cuál honestidad o compromiso? ¿Nos importa de verdad crecer interiormente, luchar contra el hambre, la contaminación, la corrupción de los gobiernos, el terrorismo de Estado y del otro, los campos de concentración, las fábricas de armas, los chicos de la calle, las villas miserias, las barras bravas, la obsecuencia de un sistema que desborda mediocridad y robo, la estupidez de nuevas generaciones , la desigualdad que humilla sin límite, la embriaguez del Poder? Médicos cardiocirujanos operan desconociendo quién fue el creador de esa técnica que ha salvado y seguirá salvando millones de vidas.

René Favaloro admiraba a Luis Franco y a Ezequiel Martínez Estrada. Eso sólo debería darnos una síntesis de su sentir. De médico rural a candidato a Premio Nobel de Medicina. Después de diez años de su suicidio, es otro símbolo de un país en decadencia. No de un país en crisis. Tuve la fortuna de conocerlo en 1978, estar junto a él – desde la amistad y el trabajo cotidiano – hasta julio de 2000. Un mes después renuncié a mi cargo de la Fundación. Junto a él viví momentos de creatividad. También de desolación. Luchó por una sociedad más justa; más sana, en todo el amplio sentido de la palabra. Miembro de la Codanep renuncia pues deseaba la investigación a partir de 1974. Combatió contra la corrupción sistemática de la clase política y una estructura mezquina, contra obras sociales cómplices y corruptas; Pami, como emblema de una época, de un engranaje hipócrita. Dictaduras y populismos fueron minándolo. ¿Eso sólo motiva su suicidio? No. Cuestiones íntimas, envidias, recelos, hicieron el resto. ¿Tuvo contradicciones? Sin duda.

Favaloro representa un antes y un después en la cardiología mundial. Fue el creador, en 1967, del puente aortocoronario. A partir de ese día todo cambió. Regresó a su patria para incorporar conocimiento, ética, educación. Habló de justicia social y de solidaridad. Se hartó de señalar la dignidad del hombre, de buscar ejemplos. Habló de la ciencia como la expresión de una necesidad inherente al ser humano. Habló de San Martín y de Bolívar, de Sucre y de Artigas. Era un profundo admirador de Atahualpa Yupanqui; juntos escuchábamos a Zitarrosa.

Es difícil evocarlo sin dolor. Sin él nada es igual. ¿Logró cambiar algo del sistema? Nada. Cambió la medicina cardiovascular del país y del mundo. Y la posición económica de muchos de sus allegados. Deseó ser recordado como educador. En él la memoria de Bernando Houssay, de Luis Federico Leloir, de César Milstein. Quiso una medicina igualitaria, una educación igualitaria. Una sociedad sin hijos ni entenados.

Carlos Penelas
Buenos Aires, 29 de julio de 2010

El suicidio de Favaloro



¿Cuántas cosas se le pueden pedir a un hombre? ¿Cuántos actos se le deben exigir? ¿Desde dónde, desde que lugar? Imbéciles, seres sin la menor idea del compromiso, en una suerte de caldo hervido y dado vuelta en el cerebelo, proclives al cinismo, al corporativismo ideológico, a lo tilingo; piden, exigen, señalan lo que es correcto y lo que no. Nos ocurre a diario. Sociedades enteras detrás de huérfanos ideológicos, de burócratas, de embajadores, de leyes y torpezas celestiales. ¿Cuál es la solidaridad que proclamamos? ¿La de Francia, que expulsa a un argentino por ser extranjero -sin preguntarle si tiene dinero o no- para no ser operado de cáncer en su país? ¿La de España, que repatrían a una anciana de ochenta y dos años al llegar al aeropuerto pues no tenía la cantidad de euros suficientes y no entienden que iba a ver a su hijo? ¿De qué sociedad hablamos, de cuál honestidad o compromiso? ¿Nos importa de verdad crecer interiormente, luchar contra el hambre, la contaminación, la corrupción de los gobiernos, el terrorismo de Estado y del otro, los campos de concentración, las fábricas de armas, los chicos de la calle, las villas miserias, las barras bravas, la obsecuencia de un sistema que desborda mediocridad y robo, la estupidez de nuevas generaciones , la desigualdad que humilla sin límite, la embriaguez del Poder? Médicos cardiocirujanos operan desconociendo quién fue el creador de esa técnica que ha salvado y seguirá salvando millones de vidas.

René Favaloro admiraba a Luis Franco y a Ezequiel Martínez Estrada. Eso sólo debería darnos una síntesis de su sentir. De médico rural a candidato a Premio Nobel de Medicina. Después de diez años de su suicidio, es otro símbolo de un país en decadencia. No de un país en crisis. Tuve la fortuna de conocerlo en 1978, estar junto a él – desde la amistad y el trabajo cotidiano – hasta julio de 2000. Un mes después renuncié a mi cargo de la Fundación. Junto a él viví momentos de creatividad. También de desolación. Luchó por una sociedad más justa; más sana, en todo el amplio sentido de la palabra. Miembro de la Codanep renuncia pues deseaba la investigación a partir de 1974. Combatió contra la corrupción sistemática de la clase política y una estructura mezquina, contra obras sociales cómplices y corruptas; Pami, como emblema de una época, de un engranaje hipócrita. Dictaduras y populismos fueron minándolo. ¿Eso sólo motiva su suicidio? No. Cuestiones íntimas, envidias, recelos, hicieron el resto. ¿Tuvo contradicciones? Sin duda.

Favaloro representa un antes y un después en la cardiología mundial. Fue el creador, en 1967, del puente aortocoronario. A partir de ese día todo cambió. Regresó a su patria para incorporar conocimiento, ética, educación. Habló de justicia social y de solidaridad. Se hartó de señalar la dignidad del hombre, de buscar ejemplos. Habló de la ciencia como la expresión de una necesidad inherente al ser humano. Habló de San Martín y de Bolívar, de Sucre y de Artigas. Era un profundo admirador de Atahualpa Yupanqui; juntos escuchábamos a Zitarrosa.

Es difícil evocarlo sin dolor. Sin él nada es igual. ¿Logró cambiar algo del sistema? Nada. Cambió la medicina cardiovascular del país y del mundo. Y la posición económica de muchos de sus allegados. Deseó ser recordado como educador. En él la memoria de Bernando Houssay, de Luis Federico Leloir, de César Milstein. Quiso una medicina igualitaria, una educación igualitaria. Una sociedad sin hijos ni entenados.

Carlos Penelas
Buenos Aires, 29 de julio de 2010