jueves, 30 de abril de 2009

1° de mayo - Día del trabajador

Autor: Felipe Pigna. Editorial Caras y Caretas, mayo 2006.


Mayo es un mes marcado por una historia, una tradición de lucha que arrancó un primero de mayo de 1886 allá en Chicago, cuando un grupo de trabajadores organizó una movilización popular en reclamo de la jornada de ocho horas en una época en que lo “natural” era trabajar entre 12 y 16 horas por día. La mayor democracia del mundo respondió brutalmente y, fraguando un atentado, encarceló a un grupo de militantes populares en los que intentó escarmentar a toda la clase trabajadora de los Estados Unidos y por qué no, de todo el mundo. Tras un proceso plagado de irregularidades, fueron detenidos los dirigentes anarquistas Adolph Fisher, Augusto Spies, Albert Parsons, George Engel, Louis Lingg, Michael Schwab, Samuel Fielden y Oscar Neebe. Los cuatro primeros fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887. Lingg prefirió suicidarse con una bomba que él mismo había preparado en la cárcel antes de padecer la “justicia del sistema”. Miguel Schwab y Samuel Fielden fueron condenados a prisión perpetua y Oscar Neebe a 15 años cárcel. Miguel Schawb dijo al escuchar su condena que reconocía a aquel tribunal ninguna autoridad y que su lucha y la de sus compañeros era de una justicia tan evidente que no había nada que demostrar y que ellos luchaban por las 8 horas de trabajo pero que: “Cuatro horas de trabajo por día serían suficientes para producir todo lo necesario para una vida confortable, con arreglo a las estadísticas. Sobraría, pues, tiempo para dedicarse a las ciencias y el arte". Porque, claro, las ciencias y el arte deben ser para todos. Pasaron 109 años de aquellos crímenes de Chicago y pasó mucha agua y mucha sangre bajo el puente. Los obreros de todo el mundo eligieron el primero de mayo como jornada de lucha, de recuerdo de sus compañeros y de lucha por sus derechos, de ratificación de su condición de ciudadanos libres, con plenos derechos, según decían las propias constituciones burguesas que regían la mayoría de los Estados modernos. En nuestro país cada primero de mayo nuestros trabajadores tomaron las calles desafiando al poder, recordándole que existían y que no se resignarían a ser una parte del engranaje productivo. La lucha logró la reducción de la jornada laboral, las leyes sociales y la dignificación del trabajador. El poder se sintió afectado y en cada contraofensiva cívico-militar como las del 55; 62; 66; 76 y 89 (esta vez a través del voto), pretendieron y en ocasiones lo lograron, arrasar con las históricas conquistas del movimiento obrero. Persecuciones salvajes, secuestros, torturas y desapariciones, durante los gobiernos golpistas, amenazas de despidos, rebajas salariales, precarización laboral y la complicidad de algunos dirigentes sindicales, son en los últimos años las armas del poder para mantener y aumentar su tasa de ganancia a costa del sudor ajeno. Un incendio, un “accidente” en un taller textil puso a la vista de una sociedad que tiene una cierta tendencia a la mirada para otro lado: hay esclavos en el siglo XXI, y los hay acá, en Argentina. Trabajadores esclavos, sin derechos pero con muchas obligaciones. El capitalismo salvaje, para algunos una redundancia, nos extorsiona: quieren ropa más barata, éste es el precio. La realidad es otra, márgenes de ganancia escandalosos, avaricia sin límites, un Estado que hace la vista gorda, pero sobre todo la pérdida de valores básicos como la solidaridad, abonada en los 90, épocas hasta donde las leyes que protegían a los trabajadores se volvían tan “flexibles” como inflexibles se volvían las leyes que garantizaban el enriquecimiento ilícito de los funcionarios a los que se les pagaba sueldos y sobresueldos con la excusa de defender los derechos de los ciudadanos e inflexibles se volvían las seguridades jurídicas que, como sabemos, sólo son para los dueños del poder y las cosas. La esclavitud debe dolernos a todos, debemos volver a aquel humanismo que supimos conseguir, a dolernos y solidarizarnos con los más desprotegidos, aquel humanismo que proclamaba el Libertador San Martín cuando abolía la esclavitud en el Perú un 12 de agosto de 1821: “Una porción numerosa de nuestra especie ha sido hasta hoy mirada como un efecto permutable, y sujeto a los cálculos de un tráfico criminal: los hombres han comprado a los hombres, y no se han avergonzado de degradar la familia a la que pertenecen vendiéndose unos a otros. Las instituciones de los pueblos bárbaros han establecido el derecho de propiedad en contravención al más augusto que la naturaleza ha concedido.”
Autor: Felipe Pigna. Editorial Caras y Caretas, mayo 2006.

miércoles, 8 de abril de 2009

Eduardo Aliverti

Claroscuros


Alfonsín es una de las figuras más difíciles de totalizar, analíticamente, que haya dado la historia argentina. El periodista, éste, lo afirma en lo general y en lo personal. A cada paso en que se está a punto de defender su trayectoria, algo frena y dice “no, fue un transero que acabó siendo funcional a los intereses de la derecha”. Y a cada paso en que se queda al borde de decir eso, se dice “pero bueno, fue un tipo decente, con muchas limitaciones propias y ajenas, que hizo o supo hacer lo que pudo dentro de las fronteras de este sistema”.
Esa antítesis es, quizá, un correcto punto de partida para evaluar a Alfonsín. O sea: ubicar el lugar desde el que puede juzgárselo. Y hay dos lugares. Uno es el de lo que debió haber hecho visto con una perspectiva marcadamente ideológica, implacable, poco menos que ascética, digamos que de izquierda en la acepción más global pero también más precisa de ese término respecto de su carácter humanístico, solidario, valiente, movilizador. El lugar, vamos, gracias al cual la izquierda es mejor que la derecha. Desde ahí, desde ese sitio válido, Alfonsín defeccionó. Se rindió o jugó mal, como se quiera. Pero, en cambio, si lo vemos desde una mirada igualmente legítima en cuanto a honestidad intelectual, basada en que no fue ni podía ser más que lo dictaminado por su condición de político burgués, provinciano, lejano a todo contorno de líder revolucionario, puesto en circunstancias muy tironeantes, resulta que hizo más de lo que podía esperarse. Desde ese lugar y desde 1983, Alfonsín y Kirchner, por ponerlo en nombres concretos, representan lo más a la izquierda que comprobablemente se banca esta sociedad sin que eso quiera decir que uno haya sido, y el otro sea, de ese palo. Con la mirada uno, Alfonsín promovió las leyes de impunidad cuando, al margen de varas morales, el bando militar ya no tenía poder de imposición. Y por analogía, le regaló a Menem el Pacto de Olivos bajo una excusa de democracia amenazada que sólo existía en su cabeza, por citar apenas un par de ejemplos de los muchos que podrían esgrimirse acerca de sus claudicaciones. Con la mirada dos, en cambio y, también, sólo para ilustrar, se enfrentó a la Iglesia, aunque el cuero que le alcanzó para impulsar la ley de Divorcio no le dio para derrotarla en el Congreso Pedagógico; y afrontó a los milicos con una apuesta a la que, bien o mal, no se le animó ningún país latinoamericano ni del mundo. ¿Una mirada neutraliza a la otra, o pueden valer las dos? Mientras se piensa la respuesta, aunque sea pongámonos de acuerdo en la refutación de alguna de las tantas pelotudeces que se escucharon en estos días. Empezando por la mayor, que consistió en adjudicarle a Alfonsín el rol de “padre de la democracia”. Porque sólo a un desvariado puede ocurrírsele que la paternidad del retorno a las urnas tuvo un motivo central que no fuera la auto-estampida militar tras la catástrofe de Malvinas.
Hace casi veinte años, a pocas horas de haberle entregado el poder a la rata de manera anticipada como producto de la impericia de su partido, del hartazgo popular y del fenomenal “golpe de mercado” que le pegaron todas las fuerzas reaccionarias juntas, este periodista cerró su columna opinando que se despedía un gobierno considerablemente peor que lo imaginado por el más pesimista de sus críticos, cinco años y pico atrás; y bastante mejor que lo sugerido por ése, su triste final. Hoy, quien firma no encuentra la manera de no copiarse a sí mismo respecto de aquél razonamiento porque, a su juicio, se contienen en él las parábolas que Alfonsín protagonizó. Y sobre todo, porque en ellas se simboliza mucho de la idiosincrasia y de los avatares de esta sociedad; de su clase media muy en particular; y de una forma más específica todavía en cuanto a cómo se construye la política desde el partidismo tradicional, que ya no existe porque fue reemplazado, para peor, por haraganes varios que saben manejarse en la dictadura televisiva de la producción de sentidos y a partir de ahí hallar la cuadratura del círculo para resolver “la inseguridad”, bien que no ni la pobreza ni el hambre.
Con Alfonsín se fue alguien que encarnaba al rosquero; a la decencia individual; a la creencia de que por fuera de peronistas y radicales no sirve nada; a la cobardía de dejar pasar la historia por al lado cuando claudicó ante los milicos; al coraje de un costado relativamente épico que le permitió juzgarlos; a la enorme capacidad de diagnosticar y tejer poder para después no saber cómo usarlo; a la pasión militante, que tanto se extraña; al católico que se salteaba algún mandamiento; al que para (intentar) salvar a su fuerza partidaria entregó la/su República en manos del más canalla de los conmilitones; al enorme orador de carisma invicto, con artilugios retóricos que ya están en la historia y con otros que la historia no le perdonará, o no debería perdonarle; al gorila; al desgorilizado; al de los sueños truncos por sus contradicciones ideológicas. Con Alfonsín se fue un tipo que escenificaba algo de lo mejor y de lo peor de nosotros, en los graderíos que cada uno quiera darle a una cosa y a la otra. Por eso su muerte provocó tristeza o melancolía, más allá de que se las vio concentradas sólo en los sectores medios; y de que el impresionante despliegue comunicacional que las reflejó tuvo un indisimulable tufillo a aprovechamiento político, en el sentido de oponer una imagen de hombre ilustre y dialoguista contra la irritación que despierta el gobierno actual por su pugna con algunas facciones del establishment. Vaya casualidad, porque resulta que hasta su deceso no se le ocurrió a nadie que él era el hombre que la Argentina necesitaría en este momento. Sin embargo, eso no quita que la congoja fue auténtica. Lo cual es un mérito, más vale. En este país hubo y hay demasiada gente pública que adentro de un cajón despierta clima festivo o indiferencia. Y cabe dudar de que alguien se haya alegrado por la muerte de Alfonsín.
Posdata: firmando solicitadas; robando cámara y micrófonos gracias a la pasividad de comunicadores que les sacaban frases como si fueran monjas de clausura; entrando al Congreso y/o al pie del féretro, se vieron algunas criaturas mediáticas devenidas en profesionales de la política, por cierto que engendradas en el vientre social, que debieron ausentarse si es que se trataba, como dicen, de llorar a un demócrata. Se vio a la dirigencia gauchócrata que se cansó de putearlo en la Rural, se vio a los que lo acostaron en el ’89, se vio a egregios socios comerciales de la dictadura, se vio a unos cuantos de los que supieron caracterizar al alfonsinismo como una patota judeo-comunista; se vio, en síntesis, a muchos de los que militan por instaurar una democracia de sus intereses de clase. Que los correligionarios del muerto los hubiesen echado de ahí habría sido mucho pedir: de hecho, buena parte o una mayoría de ellos participan de coaliciones políticas y sociales que reclaman acabar como sea con un gobierno al que denominan “el régimen”. Pero no es desmedido, en cambio, recriminarles a esos filibusteros que hayan puesto el cuerpo, en lugar de haberse guardado sus lágrimas de caimán. Como no fuera para subirse a un retrato de republicanismo consensual que todas sus actitudes desmienten, no tenían nada que hacer en ese acompañamiento post mortem, en el que, simbólicamente, se honraba a un hombre de la democracia. Algunas horas a destiempo: tómenselas de ese velorio. Si acaso era cuestión de proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar la libertad siquiera para el bla bla del Preámbulo, ustedes no tenían nada que hacer ahí, manga de fachos.

MARCA DE RADIO, sábado 4 de abril de 2009.

A 33 años del inicio de la última dictadura militar

JUSTICIA Y DEMOCRACIA EN ARGENTINA

Declaración de la Comisión Provincial por la Memoria
-Los juicios por delitos de lesa humanidad, cometidos en el marco del terrorismo de estado, constituyen un valor ético fundamental e irrenunciable para los argentinos, requieren de un compromiso público por parte de todas las fuerzas sociales y políticas para sostener y profundizar con la mayor celeridad este necesario proceso para toda la sociedad argentina. -En reiteradas oportunidades hemos manifestado nuestra profunda preocupación por dilaciones y retrasos que acechan a los juicios contra represores, implicando el riesgo de tornar ilusoria la justicia para una importante cantidad de víctimas. El principio procesal de celeridad, además de un criterio jurídico, debe ser indudablemente un elevado compromiso por parte de todos los poderes del estado y actores de este proceso máxime cuándo en la Argentina, durante más de treinta años permanecieron ocluidos los caminos de la justicia. En el juzgamiento de los delitos de lesa humanidad el principio de imprescriptibilidad debe ir de la mano con el de celeridad. -El debate público en torno de este tema protagonizado por representantes de los tres poderes debe ser una oportunidad para poner en marcha un ámbito de decisiones que permita ofrecer las respuestas necesarias. Ni la Corte, ni el Poder Ejecutivo, ni el Poder Legislativo pueden desentenderse de sus responsabilidades. Es en ese ámbito y a través de la cooperación de poderes, que deben buscarse los mecanismos para agilizar los procesos, evitar la fragmentación de los juicios, dotarlos de los recursos e infraestructura necesarios, garantizar la efectiva y amplia publicidad de las audiencias y promover las sanciones que correspondan a los magistrados que mediante argucias formales dilaten las causas, permitiendo que el simple paso del tiempo consagre la impunidad. -La creación de nuevos tribunales y la designación de jueces recientemente anunciadas, constituyen una renovada oportunidad para mejorar la calidad institucional del Poder Judicial y el real compromiso de la magistratura con el cumplimiento de los principios consagrados por los pactos internacionales sobre Derechos Humanos ratificados por la Argentina. -Desde la reapertura de las causas penales, se produjeron 44 condenas. Hay actualmente 547 represores procesados. De ellos sólo 388 están detenidos y 47 permanecen prófugos. Apenas cuatro juicios están previstos para el 2009. Estos datos dan cuenta de la ausencia de una estrategia global para la implementación de los juicios por delitos de lesa humanidad. Pero la lentitud y fragmentación de los procesos sumados al accionar dilatorio y en muchos casos, a la afinidad ideológica de los magistrados con los represores, tienen ya una grave consecuencia: las excarcelaciones de criminales de lesa humanidad. -Las excarcelaciones dispuestas por la Cámara de Casación Penal en diciembre de 2008 en beneficio de Astiz y Acosta, generaron una inmediata reacción política y el unánime repudio social. Ambas se frustraron ante la rápida apelación fiscal y el pedido de juicio político a los jueces responsables de la medida. Sin embargo las excarcelaciones y los pedidos de libertad se siguen produciendo silenciosamente o están en instancia de apelación. Para citar sólo un ejemplo, que corresponde al circuito represivo de La Plata: todos los imputados por el centro clandestino de Arana fueron liberados. Es curioso que el beneficio que se le niega a los presos comunes imputados por delitos de menor envergadura, se les otorgue a los responsables de los más atroces crímenes contra la humanidad, con el riesgo de frustrar el proceso penal. Invierte todos los principios básicos de una justicia democrática, que los procesados por asesinatos, desapariciones y torturas durante el terrorismo de Estado esperen en libertad el juicio oral, mientras miles de detenidos comunes, sólo en la provincia de Buenos Aires, pasan en promedio, entre 3 y 4 años privados de su libertad y sin condena firme. -Entendemos que definir una política pública que sustente la continuidad de los juicios y haga efectivo el principio de justicia para las víctimas significa atender las peculiaridades de juzgar delitos de lesa humanidad treinta años después de perpetrados. La recuperación de los archivos existentes relacionados con la represión es parte de un camino que la Comisión por la Memoria de la Provincia de Buenos Aires viene transitando hace 10 años. Un informe pormenorizado de los aportes más importantes que, desde el Archivo de la DIPBA, hemos realizado a la justicia fue entregado recientemente a la Procuración General de la Nación y también será oportunamente entregado al resto de los poderes y actores de estos procesos. Se han realizado hasta el momento 2014 informes a requisitoria de la justicia y se aportó documentación, entre otras, a las causas que se llevan adelante en torno a Campo de Mayo, Arana, Brigada de Investigaciones de La Plata, Hospital Posadas, Contraofensiva, Patti, La Cacha. -Resulta preocupante que la investigación sobre la desaparición de Jorge Julio López vuelva a estar nuevamente paralizada y entrampada por diversos incidentes judiciales. Tras la excusación del Juez Corazza, fue desplazada de la investigación la Secretaría especial con cuya intervención se habían logrado en pocos meses significativos avances. Un cambio de Secretaría dejaría truncas importantes medidas de prueba e implicaría un nuevo e intolerable retraso para una investigación judicial que desde hace dos años y medio no logra determinar quiénes fueron los ejecutores y quiénes los instigadores de la desaparición de Jorge Julio Lopez. -La memoria del terrorismo de estado y el camino transitado en estos 33 años de reclamo de verdad y justicia, renuevan nuestro compromiso con la agenda de derechos humanos del tiempo que nos toca transitar. Observamos con preocupación una opinión pública permeable a los discursos que desde la plataforma de la inseguridad pregonan el miedo, el encierro y la estigmatización de los sectores más vulnerables. En la provincia de Buenos Aires en particular, hemos advertido sobre las consecuencias de endurecer aún más un sistema penal que lejos de garantizar la igualdad de acceso a la justicia, tiende a profundizar la exclusión y criminalizar la pobreza. Una política de seguridad seria debe empezar por reconocer que el delito y la violencia tienen raíces complejas, tanto sociales como institucionales: la desintegración de lazos sociales, el desempleo, la exclusión, la corrupción y las falencias policiales y judiciales. El impulso de políticas represivas por sobre las orientadas a la equidad social y la redistribución de la riqueza, sólo contribuirá a alimentar la espiral de violencia e injusticia. COMISION POR LA MEMORIA DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES:Adolfo Pérez Esquivel, Hugo Cañón, Laura Conte, Aldo Etchegoyen, Víctor Mendibil, Mauricio Tenembaun, Elisa Carca, Víctor De Gennaro, Elizabeth Rivas, Susana Méndez, Fortunato Mallimacci, Daniel Goldman, Luis Lima, Roberto Tito Cossa, Martha Pelloni, Mempo Giardinelli, Carlos Sanchez Viamonte, Verónica Piccone, Emilce Moler, Miguel Hesayne.